MANIFIESTO DE HISTORIA A DEBATE

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MANIFIESTO DE HISTORIA A DEBATE



Después de ocho años de contactos, reflexiones y debates, a través
de congresos, encuestas y últimamente Internet (www.h-debate.com), hemos
sentido la urgencia de explicitar y actualizar nuestra posición en diálogo
crítico con otras corrientes historiográficas, asimismo desarrolladas
en la última década del siglo XX: (1) el continuismo de los años
60-70, (2) el posmodernismo, y (3) el retorno a la vieja historia, la última
“novedad” historiográfica.

Estamos viviendo una transición histórica e historiográfica
de resultados todavía inciertos. Historia a Debate como tendencia historiográfica
quiere contribuir a la configuración de un paradigma común y plural
de los historiadores del siglo XXI que asegure para la historia y su escritura
una nueva primavera. A tal fin hemos elaborado 18 propuestas metodológicas,
historiográficas y epistemológicas, que presentamos a los historiadores
y a las historiadoras del mundo para su debate y, en su caso, adhesión
crítica y posterior desarrollo.




METODOLOGÍA


I Ciencia con sujeto



Ni la historia objetivista de Ranke, ni la historia subjetivista de la posmodernidad:
una ciencia con sujeto humano que descubre el pasado conforme lo construye.

Tomar en consideración las dos subjetividades que influyen en nuestro
proceso de conocimiento, agentes históricos e historiadores, es la mejor
garantía de la objetividad de sus resultados, necesariamente relativos
y plurales, por lo tanto rigurosos.

Ha llegado la hora de que la historia ponga al día su concepto de ciencia,
abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo del siglo XIX, sin
caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente posmoderna a finales
del siglo XX.

La creciente confluencia entre las “dos culturas”, científica
y humanística, facilitará en el siglo que comienza la doble redefinición
de la historia, como ciencia social y como parte de las humanidades, que necesitamos.


II Nueva erudición



Somos partidarios de una nueva erudición que amplíe el concepto
de fuente histórica a la documentación no estatal, a los restos
no escritos de tipo material, oral o iconográfico, a las no-fuentes:
silencios, errores y lagunas que el historiador y la historiadora ha de valorar
procurando también la objetividad en la pluralidad de las fuentes.

Una nueva erudición que se apoye con decisión en el conocimiento
no basado en fuentes que aporta el investigador. La historia se hace con ideas,
hipótesis, explicaciones e interpretaciones, que nos ayudan además
a construir/descubrir las fuentes.

Una nueva erudición que vaya más allá de la historiografia
renovadora de los años 60 y 70 incorporando la nueva relación
con las fuentes aportada por la historia de las mujeres, la historia oral, la
historia ecológica, la historia mundial/global y otras novedades productivas
surgidas o desarrolladas en los años 80 y 90, así como la “nueva
historiografía” que está naciendo en Internet y de la cual
formamos parte.

Una nueva erudición que, reconociendo que el necesario trabajo empírico
no decide la verdad histórica más que a través de las comunidades
de historiadores, desenvuelva el debate y el consenso en ámbitos colectivos.

Una nueva erudición, en suma, que nos permita vencer el “giro positivista”
y conservador a que nos ha conducido, recientemente, la crisis de las grandes
escuelas historiográficas del pasado siglo, y que amenaza con devolver
a nuestra disciplina al siglo XIX.


III Recuperar la innovación



Urge un nuevo paradigma que recobre el prestigio académico y social de
la innovación en los métodos y de los temas, en las preguntas
y en las respuestas, en resumen, en la originalidad de las investigaciones históricas.
Una nueva historiografía que mire hacia adelante y que devuelva al oficio
de historiador el entusiasmo por la renovación y por los compromisos
historiográficos.

Brotarán nuevas líneas de investigación si pensamos con
nuestra propia cabeza: considerando que nada histórico nos es ajeno;
avanzando mediante el mestizaje y la convergencia de los métodos y de
los géneros; llenando los odres viejos con vino nuevo, desde la biografía
hasta microhistoria; prestando atención a las necesidades científicas
y culturales, sociales y políticas, de una sociedad sujeta a una profunda
transformación.

La historiografía del siglo XXI precisa de la ilusión y de la
realidad de enfoques auténticamente innovadores si no quiere quedar convertida,
como la mujer de Lot, en una estatua de sal.


IV Interdisciplina



La nueva historiografía que proponemos ha de acrecentar la interdisciplinariedad
de la historia, pero de manera equilibrada: hacia adentro de la amplia y diversa
comunidad de historiadores, reforzando la unidad disciplinar y científica
de la historia profesional; y hacia afuera, extendiendo el campo de las alianzas
más acá y más allá de las ciencias sociales clásicas.


Es menester tender puentes que comuniquen el vasto archipiélago en que
se ha convertido nuestra disciplina en las últimas décadas. Al
mismo tiempo, la historia ha de intercambiar métodos, técnicas
y enfoques, además de con las ciencias sociales, con la literatura y
con la filosofía (de la historia y de la ciencia, sobre todo), por el
lado de las humanidades, y con las ciencias de la naturaleza, por el lado de
las ciencias. Sin olvidar las disciplinas emergentes que tratan de las nuevas
tecnologías y de su impacto transformador en la sociedad, la cultura,
la política y la comunicación.

Aprendiendo de experiencias pasadas, tres son los caminos que hay que eludir,
en nuestra opinión, para que la interdisciplinariedad enriquezca a la
historia: 1) perseguir una imposible “ciencia social unificada”
alrededor de cualquiera otra disciplina, sin menoscabo del máximo desarrollo
interdisciplinar tanto individual como colectivo; 2) hacer del diálogo
historia-ciencias sociales la receta mágica de la “crisis de la
historia”, que nosotros entendemos como cambio de paradigmas; 3) diluir
la historia en tal o cual disciplina exitosa, como nos proponen hoy en día
los narrativistas extremos en relación con la literatura.





V Contra la fragmentación



El fracaso de la “historia total” de los años 60 y 70 abrió
la vía a una fulgurante fragmentación de temas, métodos
y escuelas, acompañada de crecimiento y caos epistemológico, que
pareció detenerse en los años 90 y resulta cada vez más
anacrónica en el mundo que viene, basado en la interrelación y
la comunicación global.

Nuestra alternativa es avanzar, en la práctica historiográfica,
nuevas formas de globalidad que hagan converger la investigación histórica
atravesando espacios, géneros y niveles de análisis.

Para hacer posible una historia a secas, integral, hay que experimentar, pues,
iniciativas de investigación que adopten lo global como punto de partida,
y no como “horizonte utópico”: líneas mixtas de estudio
en cuanto a fuentes y temas, métodos y especialidades; incorporación
a la historia general de los paradigmas especializados más innovadores;
combinar enfoques cualitativos y cuantitativos; articular temporalidades (que
engloben presente y futuro) y escalas diversas; escrutar la globalidad a través
de conceptos y métodos, aún potencialmente abarcantes, como mentalidad
y civilización, sociedad, red y cambio social, narración y comparación,
y crear otros nuevos; indagar la historia mundial como un nuevo frente de la
historia global; servirse de las nuevas tecnologías para trabajar a la
vez con escritos, voces e imágenes, juntando investigación y divulgación;
impulsar la reflexión y el debate, la metodología y la historiografía,
como terreno común a todas las especialidades históricas y punto
de contacto con otras disciplinas.




HISTORIOGRAFÍA




VI Tarea historiográfica



Sabiendo como sabemos que el sujeto influye en los resultados de la investigación,
se plantea la necesidad de indagar al propio historiador en aras de la objetividad
histórica. ¿Cómo? Procurando integrar los individuos en
grupos, escuelas y tendencias historiográficas, implícitas y explícitas,
que condicionan, se quiera o no, la evolución interna de la historia
escrita. Estudiando a los historiadores y a las historiadores por lo que hacen,
no sólo por lo que dicen; por su producción, no sólo por
su discurso. Aplicando, con matices, tres conceptos clave de la historia de
la ciencia pospositivista: el ‘paradigma’ como conjunto de valores
compartidos; la “revolución científica” como ruptura
y continuidad disciplinar; la ‘comunidad de especialistas’ por su
poder decisorio, a su vez condicionada por el entorno social, mental y político.
Practicando, en conclusión, una historiografía inmediata que procure
ir por delante de los acontecimientos históricos que inciden en los cambios
historiográficos que estamos viviendo.


VII Historiografía global



El agotamiento de los focos nacionales de renovación del siglo XX ha
dado paso a una descentralización historiográfica inédita,
impulsada por la globalización de la información y del saber académico
y superadora del viejo eurocentrismo. La iniciativa historiográfica está
hoy más al alcance de todos. El auge, por ejemplo, de una historiografía
latina crítica y de una historiografía poscolonial, lo demuestran.
Las comunidades transnacionales de historiadores, organizadas en Internet, juegan
ya un papel importante en la formación de nuevos consensos en detrimento
del anterior sistema de dependencia de unas historiografías nacionales
de otras y de intercambios académicos elitistas, jerárquicos y
lentos.

No entendemos la globalización historiográfica como un proceso
uniformador, pensamos y ejercemos la historia, y la historia de la historia,
como docentes e investigadores, en diferentes ámbitos superpuestos e
interrelacionados: local, regional, nacional, continental e internacional/global.


VIII Autonomía del historiador



Conforme los proyectos colectivos del siglo XX fueron entrando en decadencia,
sin ser todavía reemplazados por un nuevo paradigma común, ha
crecido de manera exagerada la influencia del mercado editorial, de los grandes
medios de comunicación y de las instituciones políticas, en la
escritura de la historia, en la elección de temas y métodos, en
la formulación de hipótesis y conclusiones, con un sentido cada
vez más evidente de promoción de la vieja historia de los “grandes
hombres”.

Recuperar la autonomía crítica de los historiadores y de las historiadoras
respecto de los poderes establecidos para decidir el cómo, el qué
y el por qué de la investigación histórica nos exige: reconstruir
tendencias, asociaciones y comunidades que giren sobre proyectos historiográficos,
más allá de las convencionales áreas académicas;
utilizar Internet como medio democrático y alternativo de comunicación,
publicación y difusión de propuestas e investigaciones; observar
la evolución de la historia inmediata, sin caer en el presentismo, para
captar las necesidades historiográficas, presentes y futuras, de la sociedad
civil local y global.


IX Reconocer tendencias



La vía más nociva para imponer la propia tendencia historiográfica,
normalmente conservadora, es negar que existan o que deban existir tendencias
historiográficas. El imaginario individualista, los compartimentos académicos
y las fronteras nacionales, ocultan lo que tenemos de común, muchas veces
sin saberlo o sin decirlo: por formación, lecturas, filiaciones y actitudes.
Somos partidarios y partidarias, en consecuencia, de sacar a la luz las tendencias
actuantes, más o menos latentes, más o menos organizadas, para
clarificar posiciones, delimitar debates y facilitar consensos. Una disciplina
académica sin tendencias, discusión y autoreflexión, está
sujeta a presiones extra-académicas, con frecuencia negativas para su
desarrollo. El compromiso historiográfico consciente nos hace, por lo
tanto, libres frente a terceros, rompe el aislamiento personal, corporativo
y local, favorece el reconocimiento público y la utilidad científica
y social de nuestro trabajo profesional.



X Herencia recibida



Nos oponemos a hacer tabla rasa de la historia y de la historiografía
del siglo XX. El reciente retorno de la historia del siglo XIX hace útil
y conveniente rememorar la crítica de que fue objeto por parte de Annales,
el marxismo y el neopositivismo, aunque justo es reconocer también que
dicho “gran retorno” pone en evidencia el fracaso parcial de la
revolución historiográfica del siglo XX que dichas tendencias
protagonizaron. El imprescindible balance, crítico y autocrítico,
de las vanguardias historiográficas no anula, por consiguiente, su actualidad
como tradiciones necesarias para la construcción del nuevo paradigma.
Porque simbolizan el “espíritu de escuela” y la militancia
historiográfica, así como el ejemplo de una historia profesional
abierta a lo nuevo y al compromiso social, rasgos primordiales que habremos
de recuperar ahora en otro contexto académico, social y político,
con unos medios de comunicación muy superiores a los existentes en los
años 60 y 70 del ya pasado siglo.


XI Historiografía digital



Las nuevas tecnologías están revolucionando el acceso a la bibliografía
y a las fuentes de la historia; desbordando las limitaciones del papel para
la investigación y la publicación; posibilitando nuevas comunidades
globales de historiadores. Internet es una poderosa herramienta contra la fragmentación
del saber histórico si se utiliza de acuerdo con su identidad y posibilidades,
esto es, como un forma interactiva de transmitir información instantánea
de manera horizontal a una gran parte del mundo.

Según nuestro criterio, la historiografía digital ha de seguir
siendo complementada con libros y demás formas convencionales de investigación,
difusión e intercambio académicos, y viceversa. Este nuevo paradigma
de la comunicación social no va a reemplazar, en consecuencia, las actividades
presenciales y sus instituciones seculares, pero formará parte de una
manera creciente de la vida académica y social real.

La generalización de Internet en el mundo universitario, y en el conjunto
de la sociedad, así como la educación informática de los
más jóvenes irán imponiendo esta nueva historiografía
como factor relevante de la inacabada transición paradigmática
entre el siglo XX y el siglo XXI.


XII Relevo generacional



En la segunda década de este siglo tendrá lugar un considerable
relevo generacional en el cuadro de profesores e investigadores a causa de la
jubilación de los nacidos después de la II Guerra Mundial. ¿Supondrá
esta transición demográfica la consolidación de un cambio
avanzado de paradigmas? No lo podemos asegurar.

La generación del 68 fue más bien una excepción. Entre
los estudiantes universitarios actuales contemplamos parecida heterogeneidad
historiográfica e ideológica que el resto de la academia y de
la sociedad. Podemos encontrarnos con historiadores e historiadoras mayores
que siguen siendo renovadores, y jóvenes con conceptos decimonónicos
del oficio de historiador y de su relación con la sociedad. Nuestra responsabilidad
como formadores de estudiantes que serán mañana profesores e investigadores
es, a este respecto, capital. Nunca fue tan crucial continuar explicando la
historia con enfoques avanzados -también por su autocrítica- desde
la enseñanza primaria y secundaria hasta los cursos de posgrado. La historia
futura estará condicionada por la educación que reciben aquí
y ahora los historiadores futuros: nuestros alumnos.


TEORÍA




XIII Historia pensada



Es esencial para el historiador pensar el tema, las fuentes y los métodos,
las preguntas y las respuestas, el interés social y las implicaciones
teóricas, las conclusiones y las consecuencias, de una investigación.

Somos contrarios a una “división del trabajo” según
la cual la historia provee de datos y otras disciplinas reflexionan sobre ellos
(o escriben relatos de amplia difusión). Las comunidades de historiadores
profesionales tienen que asumir su responsabilidad intelectual tratando de completar
el ciclo de los estudios históricos, desde el trabajo de archivo hasta
la valoración y reivindicación de su impacto en las ciencias sociales
y humanas, en la sociedad y en la política.

El aprendizaje de los estudiantes universitarios de historia en cuestiones de
metodología, historiografía, filosofía de la historia y
otras disciplinas con base teórica, es el camino para elevar la creatividad
futura de las investigaciones históricas, subrayar el lugar de la historia
en el sistema científico y cultural y fomentar nuevas y buenas vocaciones
historiográficas.

Nuestra meta es que el historiador que reflexione intelectualmente haga trabajo
empírico, y que el historiador que investiga con datos concretos piense
con alguna profundidad sobre lo que hace, obviando así la fatal disyuntiva
de una práctica (positivista) sin teoría o de una teoría
(especulativa) sin práctica. Una mayor unidad de la teoría y la
práctica hará factible, por lo demás, una mayor coherencia
de los historiadores y de las historiadoras, individual y colectivamente, entre
lo se dice, historiográficamente, y lo que se hace, empíricamente.


XIV Fines de la historia



La aceleración histórica de la última década ha
reemplazado el debate sobre el “fin de la historia” por el debate
sobre los “fines de la historia”.

Asumiendo que la historia no tiene metas pre-establecidas y que, en 1989, dio
comienzo un profundo viraje histórico, cabe preguntarse, también
desde la historia académica, adónde nos lleva éste, quién
lo conduce, en favor de qué intereses y cuáles son las alternativas.

El futuro está abierto. Es responsabilidad de los historiadores y de
las historiadoras ayudar a que los sujetos de la historia construyan mundos
futuros que garanticen una vida libre y pacífica, plena y creativa, a
los hombres y mujeres de todas las razas y naciones.

Las comunidades de historiadores han de contribuir pues a construir una “nueva
Ilustración” que, aprendiendo de los errores de la historia y de
la filosofía, piense teóricamente sobre el sentido del progreso
que hoy demanda la sociedad, asegurando a las grandes mayorías del Norte
y del Sur, del Este y Oeste, el disfrute humano y ecológico de los avances
revolucionarios de la medicina, la biología, la tecnología y las
comunicaciones.


SOCIEDAD




XV Reivindicar la historia



El primer compromiso político de los historiadores debería ser
reivindicar, ante la sociedad y el poder, la función ética de
la historia, de las humanidades y de las ciencias sociales, en la educación
de los ciudadanos y en la formación de las conciencias comunitarias.


La historia profesional ha de combatir aquellas concepciones provincianas y
neoliberales que todavía pretenden confrontar técnica con cultura,
economía con sociedad, presente con pasado, pasado con futuro.

Los efectos más notorios de las políticas públicas de desvaloración
social de la historia son la falta de salidas profesionales, el descenso de
las vocaciones y los obstáculos a la continuidad generacional. Las comunidades
de historiadores debemos aceptar como propios los problemas laborales de los
jóvenes que estudian y quieren ser historiadores, cooperando en la búsqueda
de unas soluciones que pasan por la revalorización del oficio de historiador
y de sus condiciones de trabajo y de vida, en el marco de la defensa y desarrollo
de la función pública de la educación, la universidad y
la investigación.


XVI Compromiso



En tiempos de paradójicos “retornos”, queremos constatar
y alentar la “vuelta al compromiso” de numerosos académicos,
también historiadores, en diversos lugares del mundo con las causas sociales
y políticas vinculadas a la defensa de valores universales de educación
y salud, justicia e igualdad, paz y democracia. Actitudes solidarias indispensables
para contrarrestar otros compromisos académicos con los grandes poderes
económicos y políticos, mediáticos y editoriales. Contrapeso
vital, por lo tanto, para conjurar una virtual escisión de la escritura
académica de la historia respecto de las mayorías sociales que
financian con sus impuestos nuestra actividad docente e investigadora.

El nuevo compromiso que preconizamos es diverso, crítico y con anhelos
de futuro. El historiador y la historiadora han de combatir, desde la verdad
que conocemos, aquellos mitos que manipulan la historia y fomentan el racismo,
la intolerancia y la explotación de clase, género, etnia. Resistiendo,
desde el conocimiento del pasado, los futuros indeseables. Cooperando, y rivalizando,
con otros científicos sociales y humanistas, en la construcción
de mundos históricamente mejores, como profesionales de la historia,
pero también como ciudadanos.

La relación del historiador con la realidad que nos rodea pasa por su
análisis en un contexto temporal continuo. Si se acepta que la objetividad
de la ciencia de la historia es inseparable de la subjetividad (plural) del
historiador, debemos concluir que no existen grandes diferencias cualitativas
entre una historia inmediata y una historia mediata, entre una historia más
contemporánea y una historia más antigua. Todo es historia, si
bien cuando más nos distanciamos de lo actual mayor es la carga que recae
sobre nosotros, historiadores, por ausencia de las disciplinas más presentistas.




XVII Presente y futuro



Nuestro objeto de estudio (hombres, mujeres y medio natural humanizado) está
evidentemente en el pasado, pero nosotros estamos en el presente, y estos presentes
están preñados de futuros. El historiador no puede escribir con
rigor la historia al margen del tiempo vivido, y de su fluir permanente.

Contemplamos varios niveles en la relación del historiador con la inmediatez
histórica: compromiso social y político, tema de investigación,
historiografía de intervención o criterio metodológico
general para la investigación. Hace medio siglo que los fundadores de
la escuela de Annales lo formularon: “comprender el pasado por el presente,
comprender el presente por el pasado”. Hoy es preciso, además,
poner el mismo énfasis en la interrelación pasado/futuro.

La caída de la filosofías finalistas de la historia, sean socialistas
sean capitalistas, ha puesto de relieve un futuro más abierto que nunca.
El historiador ha de asumir un papel en su definición con sus experiencias
y argumentos históricos, con hipótesis y apuestas desde la historia.
Edificar el futuro sin contar con la historia nos condenaría a repetir
sus errores, a resignarnos con el mal menor o a edificar castillos en el aire.


XVIII Nuevo paradigma



La historiografía depende de los historiadores y de la historia inmediata.
El cambio de paradigmas historiográficos que venimos proponiendo, desde
1993, cabalga sobre los cambios históricos acelerados iniciados en 1989.
Entre diciembre de 1999 (Seattle) y julio de 2001 (Génova) hemos observado
los comienzos de un movimiento global sin precedentes, contra los estragos de
la globalización, que busca ya alternativas de sociedad: el pensamiento
único es ahora menos único. Son muchos los que califican de cambio
de civilización la globalización y sus críticos, la sociedad
de la información, la nueva revolución científico-tecnológica
y el movimiento social global: no es fácil entrever lo que nos depara
el mañana pero hay razones para la esperanza. Todos debemos colaborar.

Historia a Debate es parte activa de este proceso transformador: queremos cambiar
la historia que se escribe y coadyuvar a cambiar la historia humana. Según
evolucione el debate historiográfico, y la historia más inmediata,
nuestras propuestas recibirán más o menos consenso académico,
las variaremos o no según interese, si bien hay planteamientos que, aun
siendo por el momento minoritarios, nos parecen ineludibles para condicionar
críticamente el nuevo paradigma en formación: el conjunto plural
de valores y creencias que va a regular nuestra profesión de historiador
en el nuevo siglo. Por todo ello, la historia nos absolverá, esperemos.


En la Red a 11 de setiembre de 2001


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